ARTE TORREHERBEROS: marzo 2011
RICHARD ESTES. "Water Taxi, Mount Desert". Óleo sobre lienzo. Kemper Museum of Contemporary Art, Kansas City (Missouri).


BIENVENIDOS A TODOS Y TODAS. Este blog nace con la única pretensión de complementar y facilitar las tareas a los alumnos/as de Historia del Arte de 2º de Bachillerato del IES Torre de los Herberos de Dos Hermanas (Sevilla), así como hacer pasar un rato agradable a todos los amantes del arte. No tiene ninguna otra pretensión intelectual. De los textos es responsable el administrador del Blog, no así de las opiniones expresadas en los comentarios. Las imágenes o fotografías, videos y presentaciones están tomadas de internet mayoritariamente, citando la autoría siempre que ha sido posible; si en alguna de ellas no aparece, es por error o descuido, y ruego que me lo hagan llegar para subsanarlo. Casi todo lo que aparece en estas páginas es libre y abierto, y se puede descargar para otros fines, pidíéndose únicamente que se cite la procedencia.





miércoles, 30 de marzo de 2011

LOS OTROS PINTORES SEVILLANOS DEL BARROCO

 Alonso Cano. El milagro del pozo. Óleo sobre lienzo. 1648. Museo del Prado. Madrid.

En esta entrada no abordaremos el estudio de los grandes maestros de la pintura sevillana del siglo XVII, Zurbarán, Velázquez y Murillo, sino el resto de pintores sevillanos de menos renombre, pero también excelentes pintores, maestros, discípulos y coetáneos de esas grandes figuras.

El siglo XVII es el llamado Siglo de Oro de la pintura española. En él se muestran las personalidades más fuertes del arte nacional, aunque como sucede en la escultura, puede subrayarse la limitación que supone la carencia casi total de pintura profana, mitológica especialmente, y de la sensualidad barroca italiana, al no existir otra clientela que la religiosa, y sobre todo la monástica. Salvo en la Corte, la actividad de nuestros pintores va ligada a lo devocional, y si en algunos casos es evidente la intensidad con que se acierta a expresar el apasionado fervor contrarreformista, apoyado en la realidad sensible, en otros puede reconocerse una cierta monotonía y el frecuente recurso de apoyarse en composiciones ajenas, aprovechando los modelos que suministran las estampas flamencas e italianas.
Se podría dividir el siglo en tres grandes períodos: la primera mitad, los años centrales con los grandes maestros y la segunda mitad.   Es  un  siglo  pródigo  en  pintores  pero  este  siglo  termina  por  agotamiento a fines del XVII y habrá que esperar a la segunda mitad del XVIII para encontrar a otro gran maestro: Goya.
La primera mitad del siglo se caracteriza por el realismo y el tenebrismo, de influencia directamente italiana. Los focos más importantes son Castilla, con la corte de Madrid y Toledo como centros, Andalucía con Sevilla, y Valencia. En este momento, las novedades del realismo y la iluminación nocturna que ya habían empezado tímidamente en El Escorial, invadirán toda España y se enriquecerán por la aportación caravaggiesca. El foco más definido de esta primera mitad es el Valenciano, el cual arranca ya del siglo anterior con Ribalta y Ribera. En los años centrales del siglo aparecen los más grandes pintores: es la época de Zurbarán, Alonso Cano y Velázquez.   
En la segunda mitad o Barroco pleno cambia  el  gusto pictórico. La difusión de los modelos flamencos rubenianos, y el nuevo sentido, más triunfal, opulento y colorista, que la iglesia difunde, cambia por completo el tono de la pintura española, que de realista y tenebrista pasa al colorismo luminoso y al optimismo teatral del pleno barroco. Ahora  la  composición es mucho más teatral,  el dibujo diluido y evanescente, con pincelada suelta y vaporosa. Pero falta en España casi por completo ese clasicismo que hemos visto en Italia y Francia. En este período, la importancia de Valencia casi desparece, y sólo Madrid (Velázquez) y Sevilla (Murillo y Valdés Leal) crean escuelas de primer orden.

 Juan de Valdés Leal. Asunción de la Virgen. Óleo sobre lienzo. 1659. National Gallery. Whasington.

El descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo fue muy significativo para la ciudad, de Sevilla que se convertiría en el puerto de salida europeo hacia América. Era una ciudad cosmopolita y universal. Sevilla se convierte en el primer puerto en el comercio, principalmente con Inglaterra, Flandes y Génova. El Puerto de Indias de Sevilla pasó a ser el principal puerto de enlace con América manteniendo un monopolio artificial como vía de entrada y salida de las Indias mediante un asiento otorgado por decreto real y la fundación de la Casa de la Contratación y Sevilla pasa a ser la ciudad española más poblada a finales del XVI, superando los 100.000 habitantes. Pero en el siglo XVII y Sevilla cae en una profunda decadencia económica y urbana. Se sospecha que en la gran epidemia de peste de 1649 murieron aproximadamente 60.000 personas, casi el 50% de la población existente, pasando Sevilla de 130.000 a 70.000 habitantes, lo que unido al descenso de la llegada de metales preciosos procedentes de América, hacen que la ciudad sufra una crisis exonómica galopante.También en esta época el espíritu contrarreformista transforma a Sevilla en una ciudad-convento. Sin embargo, en el terreno artístico es el siglo de Sevilla: el arte barroco, a menudo religioso, florece en pintura con nombres como Valdés Leal, Pacheco, Velázquez, Murillo y Zurbarán, y en escultura con Martínez Montañés, Luis Roldán y Juan de Mesa. De esta época datan un gran número de iglesias y retablos así como muchas de las imágenes, pasos y costumbres de la Semana Santa sevillana.


Plano de la ciudad de Sevilla en el siglo XVII. 

Muy importante para la ciudad fue que en 1660 Murillo funda una Academia de Dibujo en Sevilla, en colaboración con Francisco de Herrera el Mozo. Los dos artistas compartieron la presidencia durante el primer año de funcionamiento de esta escuela en la que los aprendices y los artistas se reunían para estudiar y dibujar del natural, por lo que se contrataron modelos. La presidencia de la Academia será abandonada por Murillo en 1663, siendo sustituido por Juan de Valdés Leal. En dicha academia se formaron gran parte de los pintores sevillanos de finales de siglo.

Primera mitad del siglo: el Naturalismo

Los máximos representantes de la pintura barroca del siglo XVII están relacionados en su mayoría con la ciudad de Sevilla, por ser esta ciudad la de mayor población de la Península y concentrar en su puerto el comercio de las Indias. En Sevilla trabajaron varios de los pintores que señalamos como protagonistas de la transición entre el Manierismo y el Barroco y que incorporaban el naturalismo al tiempo que se aferraban a otros elementos de influencia italiana. 

 Juan de Roelas. Martirio de San Andrés. Óleo sobre lienzo. 1612. Museo de Bellas Artes. Sevilla.

La relativa renovación la representa Juan de Roelas, que había estado en Italia y sentía devoción por el arte veneciano. A él se debe la introducción de un tipo de grandes cuadros de altar, típicamente contrarreformistico, donde se presentan dos planos bien diferenciados, el terrenal, con tipos realistas, vulgares y cotidianos, y el celestial, lleno de luminosos  resplandores. Buena muestra de ello es su Martirio de San Andrés para el Convento de la Merced de Sevilla. Sin embargo, Roelas no se interesa apenas por los efectos tenebristas y sus pincelada suele ser suelta y esponjosa, así como su color rico y dorado. Al tiempo, se convertía en un estupendo retratista de la vida cotidiana, completando sus composiciones sobre temas sagrados con elementos absolutamente vulgares y de la vida diaria, que fueron muy criticados por otros pintores del momento. Roelas supo mezclar la fuerza con la dulzura, añadiendo el estudio del natural, por lo que se le considera la transición entre el artificio del Manierismo y la realidad naturalista del primer Barroco español. Otras obras suyas son Santiago en la batalla de Clavijo, La Sagrada Familia con Santa Ana y San Joaquín y La resurrección de Santa Leocadia.

Francisco Pacheco. El juicio final. Óleo sobre lienzo. 1611. Museo Goya de Castres (Francia).

Francisco Pacheco (1564-1644), más conocido por ser suegro de Velázquez y como autor de un tratado Arte de la pintura, así como habitual policromista de Martínez Montañés.  es un pintor mediocre, pero curioso por haber realizado algunas decoraciones de carácter humanista, alegórico en la tradición renacentista, a la vez que cuadros piadosos. Su obra se caracteriza por un manierismo de corte académico de influencia del arte italiano y flamenco. Sigue las formas de los grandes maestros, pero representa las figuras y ropajes con una dureza estática. No evolucionó demasiado y es valorado como buen dibujante y modesto pintor. Sin embargo, dada su dedicación al estudio, análisis y explicación del arte, Pacheco influyó mucho en la iconografía de la época. Entre sus lienzos destacan El juicio final, los Desposorios místicos de Santa Inés y los Frescos de la Casa Pilatos de Sevilla.
Francisco Herrera el Viejo (1590-1656) es un pintor de mal carácter, violento y rudo, que se traduce en su pintura, hecha con energía, con la pincelada pastosa y enérgica, y en el gusto por los tipos vulgares. Sin embargo, y lo mismo que Roelas, no le preocupan los contrastes tenebristas y su realismo es más bien parcial y de detalles, pues las composiciones, con frecuencia desmañadas, siguen en relación con el último manierismo. No obstante, tal vez fuera su atrevimiento lo que mejor enlazó con el dramatismo intenso que rezumaba la obra de la corriente caravaggesca.Presta especial interés a la investigación de los aspectos psicológicos (San Buenaventura recibe el hábito de san Francisco o La curación de San Buenaventura niño por San Francisco).

 Francisco Herrera el Viejo. La curación de San Buenaventura niño por San Francisco. Óleo sobre lienzo. 1628. Museo del Louvre. París.

Los años centrales del siglo: los grandes maestros

En la Sevilla del primer tercio del siglo XVII se educan tres de las más grandes figuras de la pintura española de todos los tiempos: Zurbarán, Alonso Cano y Diego de Velázquez.

Alonso Cano (1601-1667) nació en Granada pero se formó en Sevilla, en el taller de Francisco Pacheco, donde coincidió algún tiempo con Velázquez, al mismo tiempo que se formaba como escultor con Martínez Montañés. Aunque sus obras de juventud son de carácter tenebrista muy marcado, al pasar a Madrid, protegido por el Conde-Duque de Olivares, entra en contacto con las colecciones reales, y a la vez que estudia la pintura veneciana, se despierta en él un deseo de equilibrio y de belleza que le convierte, junto con Velázquez, en la más clásico de nuestros pintores del barroco. Sus temas son siempre religiosos, apenas tocando el tema profano. Amigo de las formas idealizadas, rehuye del realismo, y se complace en lo delicado, bello y gracioso. Fue un creador de tipos femeninos que repetirá de forma ininterrumpida, en los que busca una belleza plástica y una feminidad infantil. De su época madrileña es el famoso Milagro del Pozo, en el que San Isidro rescata a su hijo, y  cuya factura responde al colorido realista usual en Cano. En La Virgen y el Niño queda definido el tipo propio de su ideal femenino destacando ante un paisaje de luz mortecina. En su regreso a  Granada pinta La Inmaculada y Los gozos de María para la Capilla mayor de la Catedral de Granada, añadiéndose aquí un innegable valor escultórico al carácter idealizado de su prototipo.

 Alonso Cano. Inmaculada. Óleo sobre lienzo. 1653-57. Museo de Bellas Artes. Granada.

 La segunda mitad del siglo: el pleno barroco

La segunda mitad del siglo, y especialmente el último tercio, bajo el reinado de Carlos II, vive una transformación completa en cuanto a la pintura. A la influencia italiana, naturalista y tenebrista de la primera mitad, sucede un predominio de lo flamenco, dinámico y colorista, con un sentimiento de brillo y riqueza que contrasta aparentemente con la realidad de la dura decadencia española. El barroco decorativo en España tiene que ser una especie de telón vistoso que disimule la fragilidad de la estructura económica del país y sostenga, a duras penas, una apariencia de riqueza. Es significativo que junto al aspecto triunfal de las decoraciones y la alegría del color, es este período el que ve también el auge de ciertos temas, como el bodegón de vanitas (lo caduco) o los lienzos pesimistas de Valdés Leal, que señalan directamente la amargura, el desengaño y la vanidad de los caducos bienes del mundo.
Pero en general, la influencia de lo flamenco, de Rubens y Van Dyck, fundida con la tradicional devoción de lo veneciano, produce obras de una belleza de color y de una ligereza de ejecución que cuentan entre lo más notable de la época en toda Europa. Se desarrolla también un tipo de pintura mural, y de bóvedas, nuevo por completo en España. En cuanto a escuelas, sólo destacan los núcleos de Madrid y Sevilla.
Juan Valdés Leal. Finis gloriae mundi. Óleo sobre lienzo. 1672. Hospital de la Caridad. Sevilla.

Juan Valdés Leal (1622-1695) es cordobés de nacimiento y aprende pintura en el taller de Antonio del Castillo. Es un hombre violento, apasionado y desigual, que desdeña por completo la belleza y se interesa exclusivamente por la expresión. La obra de Juan de Valdés Leal manifiesta ya desde el principio un estilo absolutamente barroco, marcadamente naturalista y con tendencia al tenebrismo, con dibujo contundente, un colorido fuerte y poco matizado y unos volúmenes monumentales. Posee una particular sensibilidad pictórica inclinada hacia lo dramático, con gran ligereza de toque y un especial interés por la expresividad, que protagoniza sus composiciones en detrimento de la belleza y la corrección formal, pero con un vivo sentido del movimiento, brillante colorido y dramática iluminación.
A pesar de ser contemporáneo de Murillo, su temperamento era completamente opuesto; Valdés Leal, nervioso y violento, se dejaba seducir más por el movimiento desenfrenado y por la expresión, por el sentido de un exagerado dramatismo y un intenso colorido, que por la dulzura y el costumbrismo burgués de aquel.
Magnífico colorista, desprecia el dibujo y comete con frecuencia incorrecciones que sólo la belleza del color y de la materia pictórica consiguen hacer perdonar. Busca siempre motivos dinámicos y violentos, con mucho movimiento, que resuelve, no con alardes de perspectiva y escorzos, sino con remolinos de color. Siempre vivió alejado de la corte y ocupado en satisfacer a una clientela ávida de pintura religiosa. A este género pertenecen sus largas series, como las del Monasterio de San Jerónimo de Buenavista (Sevilla), o los Retablos de la Iglesia de San Francisco de Córdoba. Sin embargo, la insistencia, en algunas de sus obras, en temas tétricos, le han hecho el más significativo equivalente de la literatura ascética del desengaño.

 Juan Valdés Leal. In ictu oculi. Óleo sobre lienzo. 1672. Hospital de la Caridad. Sevilla.

Fue amigo del famoso Don Juan de Mañara, autor del Discurso de la Verdad, tratado ascético donde se describe la muerte con realidad estremecedora. Valdés Leal decide ilustrarlas en el Hospital de la Caridad de Sevilla, donde quedan en dos grandes alegorías de los fines últimos, macabras alegorías del Barroco más duro que fascinaron a los románticos. Son obras llenas de melodramática teatralidad y con una severa y clara intención moralizante, que contrastan, en el mismo templo, con algunas de las más delicadas obras de Murillo. Una de ellas es In Ictu Oculi, donde un esqueleto como símbolo  de  la  muerte,  dirige  su  gesto  hacia  el  espectador  como indicándonos  el  mundo  bajo  sus  pies,  el  ataúd  bajo  el  brazo,  la guadaña y la mano que apaga la luz de la vida. Una alegoría de la muerte poderosa y macabra. La otra alegoría es Finis Gloriae Mundi. En un marco de medio punto, una cripta nos muestra la putrefacción del cuerpo de un obispo y un caballero de la Orden de Calatrava, como dando a entender que hasta los  grandes  hombres más ricos se  descomponen  ante  la  muerte. Una  balanza  muestra  el  equilibrio  entre  los vicios  y  las  virtudes,  la  sabiduría  personificada  en  el  búho  observa  el  fin  de  las  vanidades  de  este mundo.  La  muerte  en  su  aspecto  más  corpóreo  está  interpretada  con  un  realismo  que  impresiona  y repele a la vez.  La maestría de la composición, la factura, así como el colorido son admirables.

 Francisco Herrera el Mozo. Triunfo de San Hermenegildo. Óleo sobre lienzo. 1654. Museo 
del Prado. Madrid.

Francisco Herrera el Mozo (1622-1685) era hijo del pintor Francisco Herrera. Marchó pronto a Italia, al no poder soportar el mal carácter de su padre. Allí aprende la técnica del frasco del barroco decorativo y es influido por la pintura veneciana en la aplicación del color y el tratamiento de la luz. Todo ello influyó en su pincelada suelta y el dinamismo de sus composiciones. De regreso a España, en Sevilla fue copresidente de la Academia Sevillana con Murillo. Luego se trasladó a Madrid donde fue pintor y arquitecto de corte de Carlos II. Sus obras más destacadas son El Triunfo de San Hermenegildo y la Apoteósis de la Eucaristía para la Catedral de Sevilla.
Ni que decir tiene que el estilo de Murillo es de más fácil y agradable imitación, y así, sus discípulos y seguidores forman legión. El más conocido es Pedro Núñez de Villavicencio (1644-1695), que hizo también algunas escenas callejeras de pilluelos de carácter realista, como Aguador ambulante o Niños jugando. Participó en la fundación de la Academia de Sevilla, junto a Murillo y Herrera el Mozo y fue caballero de la Orden de San Juan de Jerusalén, al ser de recia familia hidalga. 

Pedro Nuñez de Villavicencio. Niños jugando. Óleo sobre lienzo. 1685. Museo del Prado. Madrid.


Bibliografía:

-- Bérchez, Joaquín y Gómez-Ferrer, Mercedes: "Arte del Barroco". Historia 16. Col. Conocer el arte, 7. Madrid, 1998.
Gállego, Julián: "Visión y símbolos de la pintura española de los siglos de oro". Madrid, 1984.
-- Valdivieso, Enrique: "Pintura barroca sevillana". Guadalquivir. Sevilla, 2003.
-- Wikipedia.


Y para terminar, dos videos, uno sobre la pintura barroca sevillana y el otro sobre Alonso Cano:




domingo, 27 de marzo de 2011

MUSEO NACIONAL DE ESCULTURA COLEGIO DE SAN GREGORIO DE VALLADOLID


Fachada del Colegio de San Gregorio. Valladolid. 1488-1496.

El Museo Nacional Colegio de San Gregorio es uno de los museos españoles más representativos por la calidad de su colección de escultura, la belleza del edificio del siglo XV, que alberga su exposición permanente, y el valor histórico de los inmuebles que completan el conjunto museístico: el Palacio de Villena, la Casa del Sol y la iglesia de San Benito el Viejo. El Museo es de titularidad estatal y gestión exclusiva del Ministerio de Cultura, dependiendo administrativamente de la Subdirección General de Museos Estatales. Alberga esculturas desde la Baja Edad Media hasta inicios del Siglo XIX, así como un buen número de pinturas de gran calidad (Rubens, Zurbarán o Meléndez, entre otros). Es la colección escultórica española más importante de la Península, y una de las más destacadas europeas de este ámbito temático. Llamado, por ello, Museo Nacional de Escultura hasta julio de 2008, en que se amplió y modernizó y cambio su nombre al actual, desde su reapertura en septiembre del 2009.

HISTORIA

El conjunto está ubicado en el entorno monumental más relevante de la ciudad, en el centro de Valladolid, creado en los siglos XV y XVI. La calle cadenas de San Gregorio, de origen medieval y reconfiguración renacentista, estaba atravesada originariamente, de lado a lado, por las "cadenas de San Gregorio" que la dieron nombre: una línea de columnas ante el edificio de la que colgarían posiblemente tales cadenas.
Aunque fundado a mediados del siglo XIX (1842) como Museo Provincial de Bellas Artes, en 1933 se convirtió en el Museo Nacional de Escultura. En 1982 emprendió un proceso de ampliaciones espaciales y reformas que ha culminado en 2009, abriendo sus puertas bajo un nuevo nombre: Museo Nacional Colegio de San Gregorio.
Como otros muchos museos provinciales, este Museo fue el resultado de la Desamortización impulsada por el ministro Mendizábal, que en 1836 nacionalizó los tesoros artísticos de los conventos en el marco de la reforma liberal del Estado. Dichos bienes fueron secularizados, entregados a la tutela estatal y destinados al disfrute y la educación públicos, creándose así los denominados Museos Provinciales de Bellas Artes.
El de Valladolid fue instalado en 1842 en el Colegio de Santa Cruz, albergando ya entonces una colección de mil pinturas y doscientas esculturas aproximadamente. En 1879, se desgajó una parte de sus fondos y dio origen al Museo Provincial de Antigüedades, ahora llamado Museo de Valladolid. Durante el siglo XIX, el Museo mantuvo una precaria trayectoria. Su supervivencia fue posible gracias a la dedicación y el estudio de algunos de sus responsables.

Emblema de D. Alonso de Burgos. Detalle de la Fachada del Colegio de San Gregorio. Valladolid. Siglo XV.

Desde comienzos del siglo XX, el Museo se convirtió en un foco de atracción para intelectuales, eruditos y amantes del arte, en un momento de indagación en las fuentes históricas, populares y literarias de "lo español". En 1933 la II República resolvió elevarlo a la categoría de Nacional. Esa decisión se acompañó de un reforzamiento intencionado de su especialidad, que se hizo explícita en su nuevo nombre: Museo Nacional de Escultura. Como parte del mismo proyecto, el Museo fue trasladado al Colegio de San Gregorio. La colección se enriqueció con obras del Museo del Prado y se presentó en una instalación museográfica modélica, acorde con las tendencias internacionales más avanzadas.
En la posguerra, el Museo padeció las carencias impuestas por la situación cultural y por el aislamiento internacional propios de la Dictadura. Pero también hubo mejoras, así, en 1968, la colección de pintura pasó a exponerse en la desafectada Iglesia de la Pasión.
Los años del asentamiento democrático, en la década de los ochenta, dieron un impulso renovador a los museos en España. En este contexto, el Estado afrontó una reforma integral del Museo, centrada en una creciente dotación de recursos y equipamiento técnico, en una política de difusión educativa y en la mejora de las infraestructuras.
El Colegio de San Gregorio es, desde el año 2009, la sede de exposición de las colecciones del Museo, tras la rehabilitación del edificio y la modernización de sus equipamientos. Consciente de la necesidad de adaptarse a las nuevas funciones demandadas por la sociedad, el Museo ha destinado el Palacio de Villena a labores de investigación, restauración y difusión, albergando la biblioteca, los talleres de fotografía y restauración, las exposiciones temporales, el Belén napolitano del siglo XVIII y el salón de actos. La siguiente fase prevé la reforma de la Casa del Sol o Palacion del Conde de Gondomar, junto con su anexo, la iglesia de San Benito el Viejo. En 1999 el Ministerio de Cultura adquirió estos dos edificios, integrados en la misma manzana urbanística en la que se ubica el Colegio de San Gregorio. Su rehabilitación se acometerá en breve plazo.

Patio de los Estudios. Colegio de San Gregorio. Valladolid. Siglo XV.
 

EDIFICIOS

El Colegio de San Gregorio, fue fundado a finales del siglo XV por el dominico Alonso de Burgos, personaje muy vinculado a los Reyes Católicos, como centro de estudios teológicos, en un momento de reformas espirituales y políticas en todo Europa. Aquí se formaron los teólogos, místicos, juristas o inquisidores como Bartolomé de las Casas, B. Carranza, Luis de Granada o Francisco de Vitoria. En el siglo XVIII con la llegada de los vientos ilustrados de los Borbones, el Colegio de San Gregorio fue perdiendo la influencia y el esplendor intelectual de los primeros tiempos. El siglo XIX marca el final de la institución, con la ocupación de las tropas napoleónicas y la exclaustración de Mendizábal en 1835. Hasta que en 1933 se convierte en sede del Museo, el edificio se siguió utilizando otorgándole los usos más dispares: presidio, Instituto de Bachillerato, Escuela Normal de maestros o cochera de tranvías. A pesar de ello la construcción no perdió, en lo esencial, su estructura formal.
El Colegio se edificó entre 1488 y 1496, alrededor de un patio de dos pisos unidos con una bella escalera. Ambos presentan elementos decorativos propios del gótico flamígero tardío: motivos con yugos y flechas, hojarascas que invaden todas las superficies. El primer piso del claustro se resuelve con arcos de medio punto apeados sobre columnas helicoidales y el segundo, mediante ventanales con antepechos calados y tracerías de gran belleza, realizados en piedra. Alrededor del patio, antes se encontraban celdas, capilla y comedor. La fachada, un retablo en piedra, incluye elementos figurativos complejos. Se cree ver en ella la mano de Gil de Siloé. Es una preciada muestra del estilo Gótico Isabel, en la que empiezan a apuntarse rasgos del Plateresco. El cuerpo bajo presenta un arco carpanel que acoge la portada, que está flanqueada por esculturas de salvajes: en el segundo cuerpo se muestra esculpido el árbol de la vida, junto con varios escudos de Fray Alonso de Burgos.

Francisco de Salamanca. Palacio de Villena. Valladolid. Siglo XVI.

El Palacio de Villena es una resistencia aristocrática construida por el arquitecto Francisco de Salamanca a mediados del siglo XVI, enfrente del Colegio de San Gregorio. Así, después de su primer dueño, la propiedad del edificio recayó por sucesivas herencias. Hasta 1982 el palacio sirvió de sede al Gobierno Civil. Ofrece un proporcionado patio del siglo XVI, con dos pisos, arcos de medio punto apeados sobre columnas jónicas y medallones en las enjutas, al que abre la escalera principal, de tres tramos, abierta al claustro. Sobre la portada de entrada, renacentista y con arco de medio punto, podemos observar una regia ventana con las armas del propietario. Hoy alberga la Biblioteca, la sala de conferencias, los talleres de restauración, el depósito y el Belén napolitano.

Palacio de los Condes de Gondomar o Casa del Sol. Valladolid. Siglo XVI.

La Casa del Sol (también conocida como Palacio del Conde de Gondomar) es un palacio del siglo XVI obra de Sancho Díaz de Leguizamo, que destaca a comienzos del XVII por la personalidad influyente de su nuevo propietario, el Conde de Gondomar, embajador de Felipe III en Inglaterra, poseedor de una de las bibliotecas más notables en la época. La residencia integró desde el siglo XVI la iglesia de San Benito el Viejo como capilla familiar. En el siglo XIX el conjunto abandonó su carácter de residencia privada y pasó a desempeñar otras funciones hasta que fue adquirido por el Estado en 1999, para integrarlo en el proyecto de ampliación del Museo. Su fachada está construida en piedra de sillería. Posee dos pisos, con grandes huecos protegidos por buenas rejas. Destaca la portada, en arco de medio punto flanqueado por dos pares de columnas corintias, con balcón encima de ella y coronada por una peineta, añadida hacia 1600, con el escudo del Conde de Gondomar y un Sol que da nombre a la casa. La decoración es de estilo plateresco, con grutescos. A los lados de la fachada aparecen sendas torres que dan rango palacial al edificio.

Sala Barroca del Museo Colegio de San Gregorio. Valladolid.

FONDOS

La colección del Museo tiene su origen en la Desamortización decimonónica de los conventos españoles y en la nacionalización de sus tesoros artísticos, que fueron secularizados, entregados a la tutela del Estado y ofrecidos al disfrute y la educación públicos mediante la creación de los primeros Museos Provinciales. Sus fondos se caracterizan por:
-- La preeminencia de la escultura, que sigue siendo la médula de la exposición permanente.
-- La pluralidad de tipologías y formatos, que no sólo comprende escultura exenta, sino retablos, sillerías, sepulcros, relieves.
-- Su temática religiosa. Las obras de la colección fueron concebidas como objetos sagrados, investidos de una función ritual y devocional que, en parte, siguen cumpliendo, al prestar anualmente sus conjuntos a las cofradías de Semana Santa.
-- Su especialización en la fase más rica y variada de la escultura española, la Edad de Oro de los siglos modernos, desde el XV hasta el XVIII, con grandes creadores como Berruguete, Juan de Juni, Gregorio Fernández o Pedro de Mena.
-- Su especialidad la técnica de la talla en madera policromada. En este sentido, resulta especialmente interesante la técnica del estofado, que consiste en la combinación de la aplicación de oro con el color.
-- Su representatividad nacional. En el curso de su existencia, las colecciones han ido completando una panorámica lo más rica posible de las distintas escuelas y talleres españoles, así como sus conexiones europeas y americanas.

Jorge Inglés. Retablo de San Jerónimo (de Mejorada de Olmedo). 1455.

La disposición de la exposición permanente propone dos itinerarios. El primero y más amplio es el itinerario histórico, cuyo recorrido abarca siglo XV, Renacimiento y Barroco. El segundo itinerario es de carácter temático y expone de manera monográfica aspectos particulares de la colección y del propio museo.
En la capilla funeraria de Alonso de Burgos, patrocinador del colegio, se exponen obras de Felipe Bigarny, Alonso Berruguete y Pompeo Leoni, que evocan la magnificencia original.
Del siglo XV see exponen una serie de obras de transición al Renacimiento, realizadas en su mayoría por artistas como Jorge Inglés (Retablo de San Jerónimo), Rodrigo Alemán (Sillería de Coro) y Alejo de Vahía.
Durante los primeros años del Siglo XVI conviven dentro del espíritu renacentista distintos estilos como el clasicismo italiano, la tradición flamenca y el Manierismo de Alonso Berruguete. Dentro de la colección artística de este siglo, se puede contemplar la Sagrada Familia, de Diego de Siloé o la Virgen con el Niño de Felipe Vigarny.


Alonso Berruguete. Adoración de los Reyes Magos y Sacrificio de Isaac. Retablo de San Benito el Real de Valladolid. 1532.

El retablo procedente de la Iglesia del Monasterio de San Benito el Real de Valladolid, ocupa tres salas del Colegio, las antiguas aula de Artes, la cocina y el refectorio. El retablo fue encargado a Alonso Berruguete. Debido a su gran volumen y la ausencia de algunas piezas el conjunto se presenta fragmentado. Entre las piezas que se conservan destacan la Adoración de los Reyes Magos, el Martirio de San Sebastián y el Sacrificio de Isaac.
También, dentro del Renacimiento, destaca la obra del escultor francés Juan de Juni. Reseñable es el Entierro de Cristo, procedente del desaparecido Convento de San Francisco, y está formado por siete esculturas de tamaño mayor que el natural, en el centro de la escena se encuentra la figura de Cristo yacente, mientras que el resto de los personajes proceden a su amortajamiento; retirando espinas, perfumando el cuerpo o limpiando las heridas. Otras obras del maestro francés son El Calvario procedente del palacio de los Águila de Ciudad Rodrigo, la escultura de San Antonio de Padua y una excelente Santa Ana.


Juan de Juni. Entierro de Cristo (procedente del Convento de San Francisco de Valladolid). 1541-1544.

En el Barroco, las artes plásticas se convierten de este modo en arma de propaganda primordial de la Iglesia católica y del espírtu contrarreformista, representando éxtasis, visiones celestes, el suplicio sangriento, la renuncia mundana o la ansiedad espiritual. De la colección del Museo Nacional Colegio de San Gregorio destacan asimismo las obras de Gregorio Fernández, escultor castellano máximo exponente del naturalismo barroco castellano, como Paso de la Piedad y, en especial, el Cristo yacente.

Gregorio Fernández. Piedad. 1616.

También se exhiben obras de Alonso Cano (S. Juan Bautista, S. Jerónimo penitente), Juan Martínez Montañes (S. Juan Evangelista), Pedro de Mena (la destacada Magdalena penitente) o José de Mora (Virgen de la soledad). Hay pinturas y esculturas de Pedro López de Gámiz (San José con el Niño) o Esteban Jordán (Entierro de Cristo—) Destacan, además, dos pinturas excepcionales, una Verónica de Francisco de Zurbarán y una tabla de Pedro Pablo Rubens (Demócrito y Heráclito).
La escultura tardobarroca del siglo XVIII está representada en el Museo por Francisco Salzillo (San Francisco), Pedro de Sierra o Luis Salvador Carmona.

Pedro de Mena. Magdalena penitente. 1644.

Las procesiones de Semana Santa reúnen lo más característico de la religiosidad barroca, la teatralidad, manifestada en una intensa expresión de los sentimientos. Su principal elemento era el "paso", un grupo de figuras colocadas sobre una plataforma que escenifican episodios de la Pasión, como si fuese un melodrama en su momento crucial. El Museo Nacional Colegio de San Gregorio custodia y conserva buena parte de la escultura procesional de Valladolid. Como un hecho singular museístico desde 1922 accede al préstamo de varios conjuntos escultóricos a las cofradías de la Semana Santa vallisoletana. El museo acoge entre otros los pasos La elevación de la Cruz de Francisco de Rincón, Sed Tengo, y Camino del Calvario de Gregorio Fernández o El Santo Sepulcro o paso de Los Durmientes de Alonso de Rozas.

Rubens. Demócrito y Heráclito. 1603.

DATOS ÚTILES

Dirección y teléfono

 

Calle Cadenas de San Gregorio, 1-2. 47011. Valladolid.
Teléfono: 983250375

Horarios

Del 21 de marzo al 30 de septiembre:
De martes a sábado, de 10.00 a 14.00 h. y de 16.00 a 21.00 h.
Del 1 de octubre al 20 de marzo: De 10.00 a 14.00 h. y de 16.00 a 18.00 h.
Domingos y festivos, de 10.00 a 14.00 h.

Tarifas

Normal: 2,40 €.
Reducida: 1,20 € (familia numerosa y estudiantes, con acreditación, y grupos, mínimo 15 personas, con cita previa).
Gratuita: menores de 18 años, mayores de 65 años, jubilados y miembros del ICOM (International Council of Museums), con acreditación, sábados tarde, domingos mañana, 18 de mayo, 12 de octubre y 6 de diciembre.Acceso:

Autobuses urbanos de Valladolid; Líneas 2 y 18.

Anónimo. Belén napolitano. 1701-188. Palacio de Villena. Valladolid.


Bibliografía:

-- Guia del Museo Nacional de San Gregorio. Ministerio de Cultura. Madrid, 2010.
-- museosangregorio.mcu.es
-- Wikipedia.


Terminamos con dos videos sobre el nuevo Museo de Escultura de Valladolid:



    miércoles, 23 de marzo de 2011

    GREGORIO FERNÁNDEZ

    Retrato de Gregorio Fernández, conservado en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid.

    Aunque en la escultura española del XVII, como en la arquitectura, se dan grandes y muy diferenciadas personalidades, debido al carácter artesanal y un tanto gremial que aún sustentan los talleres de la escultura en este tiempo, si se puede hablar de escuelas, existiendo dos grandes escuelas: la castellana y la andaluza. Más tarde, en el siglo XVIII destacará la escuela murciana.
    Las dos escuelas, castellana y andaluza, son realistas, pero existen grandes diferencias entre ellas:
    -- La austeridad castellana y la dureza de la meseta forjaron una tipología de cristos y crucificados patéticos, hirientes y llagados, que exhiben en sus carnes el dramático suplicio de la pasión y de vírgenes maduras carcomidas por el dolor, con el dolor o la emoción a flor de piel. Mientras en Andalucía, la escultura es sosegada, buscando siempre la belleza correcta, con cristos apolíneos y vírgenes adolescentes.
    -- La diferencia entre el patetismo castellano y la dulzura andaluza es un problema de refinamiento estético; por eso, mientras en Andalucía las imágenes son siempre bellas, en Castilla se rinde culto a lo dramático y horripilante.
    -- En Castilla se abandona el oro en la policromía de las imágenes, para obtener un mayor realismo, mientras en Andalucía se sigue estofando con ese oro que matizaba los colores, dándoles una elegancia y suntuosidad muy digna.
    -- La ciudad principal del foco castellano será Valladolid, ya que era casi la capital de España y porque allí había una gran tradición de escultura desde el siglo XVI (Berruguete y Juan de Juni). En Andalucía habrá dos focos: Sevilla, donde prima el carácter clásico y el amor por la belleza, y Granada, donde gusta lo pequeño y preciosista.

    GREGORIO FERNÁNDEZ

    El mejor y casi único representante de Castilla es el gallego, pero afincado en Valladolid Gregorio Fernández, el maestro indiscutible del barroco castellano y el primer gran escultor español que desde el Renacimiento no tiene nada de italiano. Formado en la tradición de Juan de Juni y en contacto con Pompeyo Leoni, su estilo evoluciona desde formas aún tocadas de un cierto manierismo a la italiana, hasta otras de un naturalismo extremo.

    Gregorio Fernández. Cristo Yacente del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Madera policromada. 1617.

    No se sabe con certeza su fecha de nacimiento, aunque debió ser hacia 1576. De siempre se ha considerado a Fernández (en otros documentos, Hernández) de ascendencia gallega (probablemente de Sarriá en Lugo), a Castilla llegó buscando un lugar para desarrollar su talento. Así, se supone con el oficio aprendido. El contacto con el ambiente vallisoletano, en especial, con el artista tan experimentado Francisco de Rincón, significaría afianzar el rumbo hacia el éxito. Se casó con la madrileña María Peláez, de cuya unión nació un hijo, pero que falleció a los cinco años y, más tarde, una niña, enviudando de su mujer en 1663. Hay datos fidelignos que prueban la bondad del escultor. Antonio Palomino decía que "su casa era tan conocida por los pobres como pudiera serlo un hospital". También se sabe que era muy religioso y que se preparaba con oraciones, ayunos y penitencias cuando habría de labrar alguna efigie de Cristo o la Virgen. Esto no era escepcional en su época, pues algo similar sabemos de Bernini.
    En su época y en su ciudad, Valladolida, era muy estimado. Siempre permaneció ligado de por vida a Valladolid, y nunca realizó sus trabajos fuera de su propio taller, donde tuvo importantes colaboradores. Gregorio Fernández fue exclusivamente escultor, labrando madera (pino y nogal). La arquitectura de los retablos que labraba corría a cargo de expertos maestros de este arte. Tampoco fue policromador.

    Su manera de trabajar está muy influida por el naturalismo de los tipos de Francisco de Rincón, pero es sensible al influjo de Pompeyo Leoni y a su elegancia académica. Además pesa sobre el maestro, sino el estilo , si el contenido de los temas de Juan de Juni. Su estilo se consolida en su etapa de madurez, que es cuando explota su arte; dicho cambio puede justificarse por el reencuentro con el goticismo, pues hay como un rebrotar del espíritu gótico en la escultura barroca castellana. Esta vuelta atrás no es sino un nuevo paso hacia adelante, ya que está acorde con las pretensiones claroscuristas de la escultura y la pintura.

    Gregorio Fernández. Retablo Mayor de Las Huelgas Reales de Valladolid.
    Madera policromada. 1613.


    Si hay algo que destacar en el arte escultórico de Fernández es que las figuras parecieran vivas, su estilo directo y muy convincente. Su realismo es patético, pero sin caer en las vulgaridades o fealdades inútiles. Le interesa el realismo y la verosimilitud. Trata con cuidado la anatomía y las texturas de la piel, siendo un maestro modelando el cuerpo humano, trazando nervios y venas, acusando la musculatura y la verosimilitud de los movimientos. Tiene veneración por el desnudo masculino, aunque el que expresa sea de personajes santos. Al porpio tiempo, cabe concentrar la emoción en los resortes fundamentales: manos y rostros. En éstos contará con el recurso de los ojos postizos, que acentúan la intensidad de la mirada. Y se deleita detallando cabellos y barbas, en líneas finas, alargadas y onduladas, en mechones cortos y aplastados, como mojados y pegados a la cabeza. Las manos son expresivas, los dedos los suele colocar hacia delante, con el envés. Sus ropajes y plegados son acartonados, duros, porque en esos ropajes busca un contraste expresivo, con las superficies pulimentadas de la piel. Son telas pesadas, que se quiebran en pliegues geométricos, paños artificiosos, que contrarresta con los postizos realistas que aplica a sus imágenes: ojos de cristal, dientes de marfil, uñas de asta y grumos de corcho para dar volumen a los coágulos de sangre.El pintor policromador acentuará las maceraciones de la carne, con tonos violáceos; distribuye regueros de sangre, a veces en dos tonos, para indicar efusiones en momentos distintos. Esta policromía reforzaba considerablemente el parecido con el natural.
    Gozó Gregorio Fernández de una clientela muy diversa. Hizo varios trabajos para la monarquía, tanto para Felipe III como para Felipe IV. Otros clientes fueron abades, clérigos, miembros de la nobleza y hombres hacendados. Trabajó para varias catedrales, destacando su encargo para la Catedral de Plasencia. Pero con mucho, fueron las órdenes religiosas su principal clientela, donde destacan los carmelitas, jesuitas y franciscanos. Y, finalmente, las cofradías penitenciales vallisolitanas pusieron en sus manos la ejecución de sus pasos procesionales. En definitiva, su laboriosidad y buena organzación del trabajo nos ha deparado un catálogo densísimo de obras.

    SU ICONOGRAFÍA

    Los temas de Fernández nacen del cliente, pero es evidente que él los llega a convertir en verdaderos tipos iconográficos. Que es así lo dmuestra su repetición continua. La devoción se apoderaría de ellos, exigiendo réplicas a Fernández y después copias a los sucesores.

    CRISTO. Por lo que respecta a las imágenes de Cristo, hay dos modalidades en el tratamiento corporal. Una de ellas se caracteriza por una anatomía redondeada y carnosa, hasta casi grasienta. La otra nos ofrece un cuerpo adelgazado, flácido y macilento.
    El Cristo atado a la columna fue un tipo que hizo gran fortuna. Aparece con columna baja, apoyando las manos en ella, mientras que las piernas se abren para obtener el equilibrio. Hay ejemplares en el Convento del Sacramento de Madrid, la Iglesia de la Vera Cruz de Valladolid y las Carmelitas Descalzas de Ávila.

    Gregorio Fernández. Cristo atado a la Columna de la Iglesia de la Vera Cruz. Valladolid.
    Madera policromada. 1619.

    El Ecce Homo de la Iglesia de San Nicolás de Valladolid (Hoy Museo Diocesano y Catedralicio) es un desnudo clásico, tanto por el contraposto de la actitud como por el espíritu de resignación que emana. Es una de las cúspides de Gregorio Fernández por el magnífico estudio anatómico.
    El Cristo Crucificado de Fernández aparece siempre expirado y constituye una serie muy abundante. En los últimos años la nota patética se acrecienta, con cuerpos delgadísimos, amoratados y sangrantes, pero de virtuosa talla. Destacan el Crucificado de la Iglesia de San Benito de Valladolid y el Cristo de la Luz de la Capilla de la Universidad de Valladolid.
    En el Cristo Yacente hay que decir que Gregorio Fernández no creo el tema, pero si logró definir y potencia un tipo que ya se hacía en el XVII en Castilla. El mejor es el Cristo Yacente del Monasterio de Capuchinos de Madrid de 1614; se trata de un regalo del Rey Felipe III al Convento. Se trata de una obra preciosista, como digna de un presente regio. Son también de Fernández los Cristos de los conventos de la Encarnación y de San Plácido de Madrid, así como el Cristo de la Catedral de Segovia y el del Museo de Escultura de Valladolid. En éste, hay un tratamiento anatómico perfecto en su desnudo, el cual contrasta con el plegado geométricamente. Sus cabezas son siempre expresionistas, con rostros desencajados, heridas con sangre, con mucho morbo, con más patetismo que realismo.

    Gregorio Fernández. Cristo yacente del Monasterio de la Encarnación. Madrid.
    Madera policromada. 1627.


    LA VIRGEN.

    La imaginería de la Virgen cuenta con diversos temas cultivados por Fernández en su carrera.
    LA PIEDAD. Este tipo procede de Juan de Juni (Entierro de Cristo). Las primeras que hace son la Piedad del Convento del Carmen Descalzo de Burgos y la de la Iglesia de San Martín de Valladolid. La Piedad del Museo Nacional de Escultura de Valladolid perteneció a un paso procesional y responde a otra variante, ya que la Virgen sostiene con una mano a Cristo y levanta la otra en gesto suplicatorio. El esquema es triangular y asimétirco, recordando el arte hispano-flamenco del siglo XV (Alejo Fernández o Fernando Gallego). Sus Inmaculadas llevan un ingenuo candor casi infantil que convence sin reservas.
    INMACULADA CONCEPCIÓN. El siglo XVII es un siglo aplicado con furor al culto de la Inmaculada, respondiendo con exquisitas creaciones el arte de Fernández. El tipo de Inmaculada ofrece dos variantes: con dragón o con un grupo de ángeles a los pies. El modelo femenino es juvenil, casi de niña, lo que hace más complaciente a la imagen. La cabeza redonda, las manos finas y pequeñas, en actitud de adoración. La serie es muy nutrida. Destacan la Inmaculada del Convento de la Encarnación de Madrid, la de la Catedral de Astorga, la de la Iglesia de la Vera Cruz de Salamanca y la del Convento de Santa Clara de Monforte de Lemos.
    VIRGEN DEL CARMEN. Fue otra advocación muy frecuente en la obra de Gregorio Fernández. Famosísima fue la que hizo para el Convento del Carmen Calzado de Valladolid, hoy perdida.

    Gregorio Fernández. Piedad del Museo Nacional de Escultura de Valladolid. Madera policromada. 1616.

    LOS SANTOS

    En el repertorio de santos hay que distinguir los tradicionales y las nuevas canonizaciones. La devoción a San Miguel Árcangel fue una de las más populares durante esta época. Dos retablos, el de San Miguel de Valladolid y el de San Miguel de Vitoria, teían la imagen del santo titular en el centro.
    La imagen de San Pedro en cátedra, del Museo Nacional de Escultura, está en relación con la vitalización del magisterio papal frente a la enemiga protestante a reconocerlo. La devoción a San José se acrecienta en el siglo XVII, sobre todo a instancia de los carmelitas. Destaca el Retablo Mayor de la Catedral de Plasencia y la Sagrada Familia para la Iglesia de San Lorenzo de Valladolid. La figura de San Francisco, con los brazos recogidos y en éxtasis, pero representando la forma como se decía al ser encontrado su sepulcro, tiene una gloriosa representación ela escultura de Pedro de Mena, de la Catedral de Toledo. Pero hay precedentes de Gregorio Fernández, pues a éste pertenecen dos escultuas, una en el Convento de las Descalzas Reales de Valladolid y otra en la Iglesia de Santo Domingo de Arévalo.
    En cuanto a las nuevas canonizaciones, destaca la Escultura de Santa Teresa para el convento del Carmen Calzado de Valladolid (hoy en el Museo Nacional de Escultura). En 1614 hace un San Ignacio de Loyola para el Colegio de Vergara, imagen conmovedora por la espontaneidad y vieveza con la que está hecha. La canonización de San Isidro Labrador determinó la creación de una estatuaria para el culto. Gregorio Fernández hace la que se conserva en la Iglesia parroquial de Dueñas, vistiendo el santo de labriego.

    Gregorio Fernández. San Francisco de la Iglesia de Santo Domingo de Silos. Arévalo (Ávila). Madera policromada. 1625-1630.

    PASOS PROCESIONALES

    Otro aspecto de la iconografía de Fernández es el referente a los pasos procesionales. Hay que distinguir entre los pasos hechos para las cofradías de penitencia y los que no tienen ese carácter, pero que son llevados procesionalmente el día de la fiesta del santo. Tienen más significación los pasos procesionales que Fernández elevó a la categoría de grandes conjuntos. Los pasos son concebidos como escenas de teatro, llenas de vivacidad y expresión. En tales pasos había una o dos figuras principales; el resto quedaba a merced de sus colaboradores. De los conjuntos que se conservan completos, destaca el Paso del Descendimiento de la Iglesia de la Vera Cruz de Valladolid. Este está compuesto por siete figuras con composición en diagonalSu estilo se prolonga largo tiempo y sus discípulos se exteienden por Salamanca, Zamora, Asturias, Galicia, el País Vasco e, incluso, Madrid.

    Gregorio Fernández. Descendimiento de Cristo. Iglesia de la Vera Cruz. Valladolid.
    Madera policromada.


    RETABLOS

    Simultáneamente, y en colaboración con una familia de ensambladores, los Velázquez, realiza una amplia sereie de retablos de arquitectura muy sobria, inspirada en los de El Escorial, llenas de figuras dramáticas. En sus retablos impone la sencillez arquitectónica, dada su predilección por las figuras grandes. Destacan el Retablo de la Catedral de Plasencia, que consta de dos cuerpos y ático. El segundo cuerpo está presidido por el enorme relieve de la Asunción, que desborda el nicho, inundando los costados. En el banco del piso inferior hay relieves de la Pasión, destacando la Flagelación. El Retablo de San Miguel de Vitoria y el Retablo de las Huelgas de Valladolid. Este retablo tienen en la parte central a Cristo desclavándose para abrazar a San Bernardo, quien tiene la mirada absorta, pendiente del suave descenso de Cristo. Una gozosa asunción se despliega en el segundo cuerpo, mientras ángeles orlan a la gentil figura de la Virgen.

    Gregorio Fernández. Retablo mayor de la Catedral de Plasencia. Cáceres. Madera policromada. 1625-1630.


    Bibliografía:

    -- Bérchez, Joaquín y Gómez-Ferrer, Mercedes: "Arte del Barroco". Historia 16. Col. Conocer el arte, 7. Madrid, 1998.
    -- Martín González, J.J. "La escultura del siglo XVII. La escuela de Valladolid". Summa Artis, tomo XXVI: "La escultura y arquitectura españolas del siglo XVII. Espasa-Calpe. Madrid, 1965.
    -- Historia del Arte Salvate. "El Barroco". Col. Historia del arte, 13. Salvat. Madrid, 2006.
    -- Wikipedia.


    Como repaso visual, os dejamos un video de ArteHistoria sobre la escultura de Gregorio Fernández:


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